Me gustaría sacar tiempo para mí,
ya de una vez.
Mirar cómo nace la primavera
y mis torturadores me liberan,
por treinta minutos al menos,
de los aires que me esclavizan
cuando paso por la puerta del hogar.
Me gustaría que cesaran esos chillidos
provenientes de mi armario,
que sólo gimen y gimen
"poséeme, dame valor,
que me tienes abandonada".
Que cesaran no porque se ahogue
en su ignorancia, sino porque, al fin,
se siente realizada.
Me gustaría poder mirar al cielo,
que no sé cuándo se volvió tal claro,
y poder decirle con firmeza,
siendo yo y no esto que soy ahora:
"Voy, voy, y no permitiré que, de nuevo,
me convierta yo
en la nueva Mary Seymour".